Había
ya pospuesto lo suficiente la lectura de
Murakami. Mi principal disuasor, hasta la fecha, ha sido justamente la enorme
popularidad del autor. No que ser un best-seller
lo haga malo en sí mismo, aseverar eso es una torpeza digna de esnobs aún
peores que yo. Sería más bien la
sensación de que quizá necesitaba empaparme más del legado de la narrativa
japonesa para poder tener a este autor en perspectiva.
Poco
antes de este libro había ya invertido mi tiempo con El Rumor del Origen: Antología General de la Literatura Japonesa (que
será pronto reseñado también), el cual me permitió repasar a ciertos referentes
que ya tenía en este ámbito, desde los maestros del haiku a Tanizaki,
Akutagawa, Mishima, Kawabata, o la mismísima Murasaki Shikibu. Sin embargo,
como pude luego confirmar, Murakami bebe más de otras fuentes – Faulkner,
Carver, Irving, F. Scott Fitzgerald, Thomas Mann. Y de hecho, esa diferencia se
nota en el estilo, la descripción de los paisajes y el desarrollo de
personajes.
Norwegian Wood (el
nombre Tokio Blues, que al parecer
fue sólo añadido a la edición castellana, es quizá lamentable porque nada en el
libro lo respalda) podría ser fácilmente clasificada como una “novela de
formación”, en la tradición de “Demian” de Hesse o “La Montaña Mágica”. Hay repetidas
referencias a esta última y uno de los más hermosos capítulos, el de la visita
al sanatorio, toma temas y aproximación de manera bastante directa. Es la
historia de Toru Watanabe, cuyo mejor amigo se suicida a los 17 años sin razón
conocida y marcando de manera permanente tanto a él como a la novia del
fallecido, la ya frágil Naoko.
A
partir de allí y de su mudanza a Tokio para ir a la universidad, Watanabe se ve
expuesto a múltiples experiencias y personajes que lo van conduciendo la madurez.
Desde las excentricidades de su breve compañero de cuarto Tropa-de-Asalto hasta
el nihilismo de Nagasawa, una especie de superhombre nietzscheano que sirve de
contrapeso para los constantes escrúpulos del protagonista, paralelos a sus
primeras experiencias referentes al sexo, el amor, y la constante presencia de
la muerte.
De
hecho, junto con Toru, la principal protagonista de la novela es justamente la
muerte: lo que nos hace, los vacíos que deja, los distintos matices del duelo,
las dudas y el dolor que deja la partida de un ser querido. En este breve
libro, donde casi todos los personajes apenas merodean los 20 años, hay cinco
muertes de mucho peso, cuatro de ellas por suicidio adolescente. Eso hace que
la atmósfera de la historia sea una de duelo constante, una melancolía
sofocante que el protagonista jamás llega a comprender. Si bien nunca llega a
considerar a la muerte como alternativa, su búsqueda tiene que ver más con la
de una buena razón para vivir. Sus experiencias con distintos personajes lo van
guiando en esa dirección. Los personajes de Nagasawa, Midori (quien busca el
amor y la vida pese a tener su propia carga de duelo a cuestas) y especialmente
Reiko, la compañera de cuarto de Naoko en el sanatorio.
Revelar
detalles de la trama me parece, en realidad, redundante. Si acaso puedo dar opinión acerca de lo que considero
los puntos críticos del libro. Entre lo menos agradable, señalaría las largas
enumeraciones y ciertas descripciones que añaden poco al libro si uno no conoce
Tokio – aunque las mismas listas, tratándose de referencias musicales, añaden
bastante a la atmósfera de ciertos pasajes. El conflicto de Toru al estar
enamorado de dos mujeres a la vez (la liberal y vital Midori, la hermosa pero
demasiado lastimada Naoko) a veces carece de fuerza, si bien en otros pasajes
más bien fortalece la impresión de que el protagonista busca ante todo la
manera de amarse a sí mismo.
Sin
embargo, son más los puntos altos. El conjunto de la novela es un himno a la
vida y la capacidad del arte y el amor para redimirnos ante el absurdo general
del mundo. Watanabe es un protagonista al que no podés amar pero con el que yo me
hubiera identificado 100% en mis primeros años de universidad. Midori es
refrescante y representa, usando un término psicoanalítico, al Ello tan
necesario para gozar de la vida. Y Reiko Ishida es, al menos para mí, el gran
logro de la novela. Presentada el capítulo 6, centrado en la visita de Toru al
sanatorio donde Naoko trata de curarse de una esquizofrenia incipiente, tiene una
historia fascinante, desgarradora, y es quien logra conferir al libro el empuje
para que las ganas de vivir inclinen la balanza de su lado. Es, también, la
protagonista de dos de los pasajes eróticos más fascinantes que haya leído.
Ese
sería mi último punto a favor del libro: su modo natural de aproximarse a la sexualidad
de sus personajes y reconocer su importancia el desarrollo vital de los mismos,
siempre una parte importante pero nunca el motor mismo de la acción. Llega a
presentarse justo en su sentido más arquetípico, como contraste total ante la
muerte, como confirmación en el cuerpo y el tiempo de nuestra existencia que se
desliza hacia la nada, como vehículo no necesario pero posible hacia ese rumbo
incierto al que llamamos amor.
Es
una lectura disfrutable, si bien no sería tampoco mi primera recomendación para
alguien que tenga un cuerpo de lecturas amplio o cierta edad. Me parece
perfecto, sin embargo, para alguien en sus primeros veintes, probablemente
viviendo las mismas búsquedas de los personajes.
Con todo, rememorar a
partir de su lectura cómo uno vivió esas etapas de su vida es un ejercicio que
de hecho ha valido mucho la pena.
Calificación:
3,5 / 5 (Bastante bueno)