martes, 13 de enero de 2015

Libros del 2015: 001- ノルウェイの森 – “Norwegian Wood”, también conocida como “Tokio Blues”, de Haruki Murakami



Había ya  pospuesto lo suficiente la lectura de Murakami. Mi principal disuasor, hasta la fecha, ha sido justamente la enorme popularidad del autor. No que ser un best-seller lo haga malo en sí mismo, aseverar eso es una torpeza digna de esnobs aún peores que yo.  Sería más bien la sensación de que quizá necesitaba empaparme más del legado de la narrativa japonesa para poder tener a este autor en perspectiva.

Poco antes de este libro había ya invertido mi tiempo con El Rumor del Origen: Antología General de la Literatura Japonesa (que será pronto reseñado también), el cual me permitió repasar a ciertos referentes que ya tenía en este ámbito, desde los maestros del haiku a Tanizaki, Akutagawa, Mishima, Kawabata, o la mismísima Murasaki Shikibu. Sin embargo, como pude luego confirmar, Murakami bebe más de otras fuentes – Faulkner, Carver, Irving, F. Scott Fitzgerald, Thomas Mann. Y de hecho, esa diferencia se nota en el estilo, la descripción de los paisajes y el desarrollo de personajes.

Norwegian Wood (el nombre Tokio Blues, que al parecer fue sólo añadido a la edición castellana, es quizá lamentable porque nada en el libro lo respalda) podría ser fácilmente clasificada como una “novela de formación”, en la tradición de “Demian” de Hesse o  “La Montaña Mágica”. Hay repetidas referencias a esta última y uno de los más hermosos capítulos, el de la visita al sanatorio, toma temas y aproximación de manera bastante directa. Es la historia de Toru Watanabe, cuyo mejor amigo se suicida a los 17 años sin razón conocida y marcando de manera permanente tanto a él como a la novia del fallecido, la ya frágil Naoko.

A partir de allí y de su mudanza a Tokio para ir a la universidad, Watanabe se ve expuesto a múltiples experiencias y personajes que lo van conduciendo la madurez. Desde las excentricidades de su breve compañero de cuarto Tropa-de-Asalto hasta el nihilismo de Nagasawa, una especie de superhombre nietzscheano que sirve de contrapeso para los constantes escrúpulos del protagonista, paralelos a sus primeras experiencias referentes al sexo, el amor, y la constante presencia de la muerte.

De hecho, junto con Toru, la principal protagonista de la novela es justamente la muerte: lo que nos hace, los vacíos que deja, los distintos matices del duelo, las dudas y el dolor que deja la partida de un ser querido. En este breve libro, donde casi todos los personajes apenas merodean los 20 años, hay cinco muertes de mucho peso, cuatro de ellas por suicidio adolescente. Eso hace que la atmósfera de la historia sea una de duelo constante, una melancolía sofocante que el protagonista jamás llega a comprender. Si bien nunca llega a considerar a la muerte como alternativa, su búsqueda tiene que ver más con la de una buena razón para vivir. Sus experiencias con distintos personajes lo van guiando en esa dirección. Los personajes de Nagasawa, Midori (quien busca el amor y la vida pese a tener su propia carga de duelo a cuestas) y especialmente Reiko, la compañera de cuarto de Naoko en el sanatorio.

Revelar detalles de la trama me parece, en realidad, redundante. Si acaso puedo dar opinión acerca de lo que considero los puntos críticos del libro. Entre lo menos agradable, señalaría las largas enumeraciones y ciertas descripciones que añaden poco al libro si uno no conoce Tokio – aunque las mismas listas, tratándose de referencias musicales, añaden bastante a la atmósfera de ciertos pasajes. El conflicto de Toru al estar enamorado de dos mujeres a la vez (la liberal y vital Midori, la hermosa pero demasiado lastimada Naoko) a veces carece de fuerza, si bien en otros pasajes más bien fortalece la impresión de que el protagonista busca ante todo la manera de amarse a sí mismo.

Sin embargo, son más los puntos altos. El conjunto de la novela es un himno a la vida y la capacidad del arte y el amor para redimirnos ante el absurdo general del mundo. Watanabe es un protagonista al que no podés amar pero con el que yo me hubiera identificado 100% en mis primeros años de universidad. Midori es refrescante y representa, usando un término psicoanalítico, al Ello tan necesario para gozar de la vida. Y Reiko Ishida es, al menos para mí, el gran logro de la novela. Presentada el capítulo 6, centrado en la visita de Toru al sanatorio donde Naoko trata de curarse de una esquizofrenia incipiente, tiene una historia fascinante, desgarradora, y es quien logra conferir al libro el empuje para que las ganas de vivir inclinen la balanza de su lado. Es, también, la protagonista de dos de los pasajes eróticos más fascinantes que haya leído.

Ese sería mi último punto a favor del libro: su modo natural de aproximarse a la sexualidad de sus personajes y reconocer su importancia el desarrollo vital de los mismos, siempre una parte importante pero nunca el motor mismo de la acción. Llega a presentarse justo en su sentido más arquetípico, como contraste total ante la muerte, como confirmación en el cuerpo y el tiempo de nuestra existencia que se desliza hacia la nada, como vehículo no necesario pero posible hacia ese rumbo incierto al que llamamos amor.

Es una lectura disfrutable, si bien no sería tampoco mi primera recomendación para alguien que tenga un cuerpo de lecturas amplio o cierta edad. Me parece perfecto, sin embargo, para alguien en sus primeros veintes, probablemente viviendo las mismas búsquedas de los personajes. 

Con todo, rememorar a partir de su lectura cómo uno vivió esas etapas de su vida es un ejercicio que de hecho ha valido mucho la pena.


Calificación: 3,5 / 5 (Bastante bueno)

Libros del 2015: 000 - ¿Por qué?

Cada vez me convenzo más de que la literatura es un frente de guerra contra el olvido. De quiénes hemos sido, nuestras proyecciones de lo que seremos, nuestras maneras de vivir y sentir en cada país, era, cultura, lengua, clase social y etapa de la vida. Frágiles y destinados al olvido, lo que tenemos son signos y palabras para al menos dejar constancia de que fuimos y cómo fuimos. Y a veces, aún más importante, de cómo nos hubiera gustado ser. En una realidad cada vez más plagada de mitos e ilusiones, navegando un oceáno de historias a veces demasiado confuso como para ser respirado, encontramos esbozos de verdad o consuelo en el arte, la más válida e importante de todas las mentiras.


Esto, pues, es una crónica de viaje.

martes, 17 de junio de 2014

Rivista 7Lune: Primo numero

Rivista 7Lune: Primo numero:  E’ disponibile il Primo numero della rivista 7Lune. 



La
Revista de Poesía 7 Lune (7 Lunas) tiene como objetivo presentarle en
cada número al público italiano una lista de siete poetas en castellano,
ya sea de América Latina o España, a través de medio digitales como el
PDF descargable o el Podcast, para ser utilizados en tabletas o
teléfonos móviles.

Este primer número presenta poemas de: Hugo
Salvador Bautista (México), Otoniel Guevara G (El Salvador), Lauren
Mendinueta (Colombia), Alonso Ramírez Hernández (Costa Rica), Marta
Roldán (Argentina), Julio Serrano Echeverría (Guatemala) y Luis Varese
(Perú).

Se presenta un poema por autora o autor, en su idioma
original y en italiano, siendo la traducción una que busca preservar el
significado a la vez que la musicalidad del original.

Sus principios son:

- Fácil acceso:las grabaciones y documentos son prácticos y fáciles de usar.
- Brevedad:los podcast no exceden los 15 minutos.

- Calidad literaria: se procura incluir material de alto valor poético,
y las traducciones están a cargo de una traductora experta que es a su
vez una destacada poeta.
- Sin costo alguno.

Para ponerse en contacto con la revista, escribir un correo electrónico a: rivista7lune@gmail.com

http://rivista7lune.blogspot.it/2014/06/primo-numero.html

viernes, 30 de noviembre de 2012

Anotaciones preliminares acerca de "Una Teoría Darwiniana de la Belleza", por Denis Dutton




Esta teoría complementa y desafía  la mayor parte de las visiones acerca de la estética que andan por ahí - lo cual me encanta. Tiene la simplicidad elegante que caracteriza a las propuestas fértiles, y se sostiene gracias a un corpus de conocimiento amplísimo.

En primer lugar, nos indica que hay ciertos valores estéticos universales, desde una perspectiva de la experiencia y un placer básico que se corresponde con una función biosocial. Así, nos hace pasar del relativismo cultural a la filogenética. Nos recuerda el valor fundamental de la selección sexual como contraparte/completemento de la selección natural, y con ello algo que por obvio dejamos de ver: cómo la selección sexual se ha servido y sigue sirviéndose de valores culturales en nuestra especie para cumplir exacto la misma función, pero ahora en contextos no de sobrevivencia, si no de compentencia social.

También, hace  retroceder hasta dos millones y medio de años atrás-es decir, al Homo Erectus y al Homo Ergaster- la aparición verificable de la valoración positiva de la simetría y la proporción (valores fundamentales para la percepción de lo bello incluso en bebés, y en el modo en que seleccionamos pareja), lo cual le da una nueva dimensión a la propuesta. Y ni qué decir de la posibilidad de que la capacidad de generar objetos bellos precediera al lenguaje como herramienta para generar mejor estatus reproductivo y social.

Luego integra el lenguaje (y con él, la capacidad de generar ficciones creativas) y la música, de modo natural y coherente, si bien es un poco precipitada (al menos en esta charla, habrá que leer el libro "The Art Instinct" publicado por Dutton en 2010).

El principio fundamental hacia el cual la charla nos conduce: "Hallamos belleza en algo bien hecho", expresa algo digno de reflexión. Lo que nos pasma y llena de asombro ante la obra o acción artística, además del objeto o acción en-sí, es la habilidad que la misma denota. A fin de cuentas es el asombro que sentimos al saber que uno de nosotros ha sido capaz de generar una maravilla de donde antes no había nada - una obra de arte bellamente ejecutada por uno de nuestra especie es capaz de motivar a otros a permanecer, a seguir adelante, a querer repetir ese gozo. Hallamos un placer básico, necesario, en ser testigos o ejecutores de ello.

¿Es nuestra capacidad de percibir belleza, y las artes con ella, el modo que encontró la evolución para darle una razón de seguir existiendo a la única especie que se sabe a sí misma, viviendo y muriendo, como colectivo y como individuos?

Postdata - Me ha parecido necesario esta opinión de mi amiga Suham bello, que incluyó lo siguiente como comentario en Facebook:

"En cuanto a percibir belleza, no es algo exclusivo del ser humano. Los animales perciben belleza de una manera intuitiva al igual que nosotros, debido a un "golden ratio" que domina las formas naturalmente perfectas. La naturaleza lo demuestra. Todo lo naturalmente bello, es proporcionado. Todo aquello es proporcionado y balanceado, es saludable. La salud es belleza y viceversa.
En cuanto al arte, lo que pasa con nosotros es que, más allá del valor sexual y de estatus social que brinda la belleza, hemos desarrollado una necesidad, muy probablemente a consecuencia de la inteligencia y creatividad cuyas fuerzas opuestas sintetizan nuestro intelecto, a otorgar significado a nuestra existencia más allá de nosotros mismos. El arte viene a darnos ese significado trascendental. El valor es en sí mismo."

lunes, 17 de septiembre de 2012

El Administrador del Edificio Imperio


El Administrador del Edificio Imperio
En deuda con Alec Lourmier

No entiende por qué todo el mundo lo odia. Yo tampoco. Ignorante como soy, intuyo que algo de su pasado le persigue. Ninguno de nosotros está seguro.

Día o noche, su piel y su ropa tienen un tono sepia algo peculiar. Su bigote está pasado de moda y su acento extranjero es fuerte. Pero estoy convencido de que esas menudencias nada tienen que ver con el rostro de indignación y asco de los otros inquilinos, o los insultos callejeros a los cuales no termina de acostumbrarse.

Mi casero es el hombre más noble y sensato que haya conocido. Algo en el encono que sufre con paciencia le ha purificado de cualquier tontería o vanidad. Pasa sus modestos días leyendo, escribiendo, ensamblando magníficas ciudades a escala y escuchando ópera, de esa que provoca un sentir entre la grandeza y la rabia. Todo lo que sé de pintura lo aprendí de él. También conversa conmigo, aunque sería más preciso decir "lo escucho", horas y horas contándome historias acerca de héroes nórdicos y guerras de honor largamente olvidadas. Me hipnotiza. Sus palabras finas se quedan en mi mente blanda y me hacen sentir valioso.

Su trato es afable, incluso cuando las familias judías del cuarto piso le gritan “cerdo asesino” a menudo y llevan meses negándose a pagar la renta. La única vez que sugerí que los echara, dijo con voz paternal: “Ya casi es invierno. Puede esperar”.

Detesta salir de paseo, como es de suponer. Pero hay días en los cuales la vista de su piel sepia me inquieta y le insisto mucho hasta que salimos, él con sobretodo pardo y un sombrero enorme para evitar que le noten. Pero igual lo vuelven a ver. Cuando comienzan los murmullos trato de llevarle a donde no haya gente y pueda respirar. “Berlín está caído”, susurra a veces entre dientes cuando ya está muy nervioso. A mí me duele la tristeza con que lo dice; ni una vez le he recordado que estamos a medio mundo de Berlín.

Nunca pierde los estribos. Nunca. Anoche, por ejemplo, lo admiré aún más de lo usual. Estábamos caminando cerca del parque y se nos ocurrió cenar en un restaurante barato. Estaba de buen humor. Cuando entramos, ninguno de los pocos clientes nos miró, aunque la mesera hizo un gesto que me resulta lamentablemente familiar. No pareció prestar atención cuando él, tímido, le quiso recordar que es vegetariano. Luego, fue la cocinera quien nos trajo una orden: dos tazas de sopa hedionda en las que flotaban cabezas de pescado.

 Por primera vez vi a mi amigo con ganas de llorar. Sentí el impulso de levantarme, gritar justo allí lo que he callado por años cuando cosas así pasan, hasta que sentí su mano firme en mi brazo. “Esa dama cocinó esto con esfuerzo”– susurró. “Puede que la chica haya escuchado mal”.

Me dio ternura la sonrisa con la que me pedía estarme quieto. Hice gesto de que nos fuéramos y accedió. Ya de vuelta en la calle, Adolfo puso su mano en mi hombro. Pensé que era un gesto de afecto; un minuto depués, me di cuenta de que se apoyaba. Debe estar envejeciendo.