Cada vez me convenzo más de que la literatura es un
frente de guerra contra el olvido. De quiénes hemos sido, nuestras proyecciones
de lo que seremos, nuestras maneras de vivir y sentir en cada país, era,
cultura, lengua, clase social y etapa de la vida. Frágiles y destinados al
olvido, lo que tenemos son signos y palabras para al menos dejar constancia de
que fuimos y cómo fuimos. Y a veces, aún más importante, de cómo nos hubiera
gustado ser. En una realidad cada vez más plagada de mitos e ilusiones,
navegando un oceáno de historias a veces demasiado confuso como para ser
respirado, encontramos esbozos de verdad o consuelo en el arte, la más válida e
importante de todas las mentiras.
Esto, pues, es una crónica de viaje.
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